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En un interior en el que dos pequeños cuadros hacen alusión a la pintura, Antonio Alice retrató a sus hermanas. Los dos rostros se destacan sobre un fondo oscuro, misterioso, de reminiscencias barrocas. Esos rostros y un brazo que avanza hacia el primer piano son las notas más altas de luminosidad y la excusa para que Alice trabaje sobre el manejo de la luz, y los reflejos y los efectos traslúcidos que, junto a su pasión por la verosimilitud, fueron sus obsesiones pictóricas desde sus obras tempranas.
A partir de 1911, en que su cuadro Sra. A. B. de P. —el retrato de la señora de Pagneaux— obtuvo el Primer Premio en nuestro Primer Salón Nacional de Bellas Artes, Alice pintó numerosos retratos de la elite intelectual, política y artística: Fader, Juan José de Soiza Reilly, Julio A. Roca, el del Dr. Enrique Finocchetto, Ricardo Levene, Joaquin V. González, entre otros, y también su autorretrato.
El retrato no fue un género menor para Alice que aplicó en sus resoluciones el mismo celo documentalista que en su pintura histórica. En sus páginas autobiográficas escribió que cuando pintaba un retrato era un estudioso y un esclavo de la verdad.
Alice figurara siempre en la historia de nuestras artes plásticas como el pintor que se propuso incorporar a nuestra iconografía los episodios más relevantes de nuestra historia, viviendo e interpretando el espíritu de la celebración del Centenario.
La muerte de Güemes —que fue premiado con medalla de oro en la Exposición Nacional del Centenario—, Los Constituyentes de 1853; Argentina, tierra de promisión; San Martín en Boulogne-sur-Mer; dieron testimonio entre otros temas de las escenas de nuestra historia que se desarrollaron en las asambleas constituyentes, de episodios que se cumplieron en los campos de batalla, imágenes de seglares y clérigos que encendieron al pueblo para comprometerlos con la empresa de la liberación o la figura doliente de San Martin en el exilio, en un paisaje brumoso y con su capa abierta sobre el cielo como las alas de un cóndor.
Antonio Alice había nacido en Buenos Aires en 1886. Desempeñaba tareas muy humildes como lustrador de calzado cuando lo descubrió el Dr. Cupertino del Campo y lo llevo al taller de Decoroso Bonifanti. Este maestro preparo al futuro artista, poniéndolo en condiciones de conquistar el Premio Roma, es decir, la beca que posibilitó sus estudios desde 1904 en la Academia Albertina de Turín. Mientras estudiaba produjo obras que resultaron premiadas en Paris, en Estados Unidos y en Buenos Aires.
A su regreso al país lo recorrió de norte a sur, dejando testimonios de todos sus paisajes.
Ana Maria Telesca