Ramón Gómez Cornet, pintor argentino nacido en Santiago del Estero, inició sus estudios artísticos en la Academia Provincial de Bellas Artes de Córdoba. En 1915 viajó a Europa, estudiando en la Academia Ramson de París y en el taller libre Arts de Barcelona.
Gómez Cornet describió de esta manera su aprendizaje en Europa y su vuelta: "Una breve incursión sobre los `ismos' me tentó cuando era joven. La pasión, el fervor de la edad, la necesidad de nuevas inquietudes, me llevaron a viajar a Europa. Allí recorrí museos, observé exposiciones. Todo ello iba colmando mi avidez de conocimientos. Estuve en España, Italia, Francia, los Países Bajos. Me detuve a estudiar a los pintores clásicos y asistí a las fragosas batallas de la pintura nueva. De regreso al país, traje yo también una concepción estética que debía producir reacciones contrarias, ya que cultivábamos una pintura academizante y un impresionismo de segunda mano. Pero no estuve sólo en la lucha: animosos, concurrían a la palestra pintores diversos y el inteligente crítico Atalaya. La batalla se libró sin cuartel"37.
De esta manera nuestro artista hacía referencia a la exposición que presentó en 1921 en el Salón Chandler. Sus obras eran portadores —como más tarde las de Pettoruti— de las experiencias cubistas, y provocaron las consiguientes reacciones violentas de una crítica y de un medio no preparados para un cambio tan radical de sus hábitos visuales. El batallador crítico Atalaya dijo alguna vez que si Pettoruti había sido el Mesías de aquella incruenta revolución, Gómez Cornet, por su parte, había sido el Bautista.
Pero nuestro pintor vuelve a su Santiago natal y debe enfrentar ahora un problema nuevo, que deja de ser un simple problema pictórico: quiere dar testimonio con su pintura de nuestro hombre y de nuestro paisaje, y siente que no puede hacerlo con los lenguajes plásticos europeos. Surgen entonces estas imágenes como la de La Urpila, que son croquis de la infancia ranchera santiagueña. Estos retratos de niños y adolescentes del norte están hechos desde una concepción muy honda de la pintura, un oficio pausado como el de los clásicos, sin idealizar lo visible, y sobre todo, con una enorme cordialidad hacia la niñez. Gómez Cornet aclaró que no quería que los motivos que él extraía del paisaje o del hombre de las regiones del Norte cayeran en lo descriptivo, en lo anecdótico o en lo folclórico. Esto sería el pecado de algunos pintores americanos llevados por el canto de sirena del mercado, una pintura para turistas. Lo que él se proponía era la autenticidad de lo telúrico.
Ana María Telesca