Cocina bohemia es una de las obras más representativas de Miguel Carlos Victorica. Con ella obtuvo el Gran Premio del Salón Nacional de 1941.
Formado su autor en la Academia de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, entró en contacto con los grandes maestros argentinos de la generación del 80. Estudió en Europa (1911-1917) con Desirée Lucas. El impacto que le provocaron los pintores del Grupo Nabí y los fauves revela tanto su elección de una factura directa, basada en el color y la mancha, como su libertad de concebir la obra como un hecho eminentemente plástico y no una mera imitación de la realidad.
Cuando regresa al país, aún perteneciendo a una familia de alta posición social, elige vivir en la Vuelta de Rocha, donde se instala y se convierte en indiscutido protagonista de la llamada Escuela de la Boca. Fueron ellos un grupo de artistas que se apartaron de cualquier planteo formalista o ideológico, de cualquier preocupación por la tecnología contemporánea y vivieron una bohemia libre, entrañablemente afectiva respecto a los contactos humanos y a la praxis pictórica. Los mejores, se sustrajeron a cualquier pintoresquismo localista.
A Victorica le atrajeron los seres, los objetos cotidianos que lo rodeaban y los viejos muros familiares, lo que se mira desde el balcón, porque sólo podía pintar aquello con lo cual se sintiese fuertemente conectado.
Siempre ajeno a las teorías estéticas de vanguardia no tuvo un a priori metodológico para resolver sus obras. Cada una ha sido consecuencia de una ecuación personal, que fue resolviendo en su praxis, sin saber adónde terminaría. El mismo estuvo a veces sorprendido que los elementos encuentren de por sí su propio equilibrio.
Ese equilibrio proviene siempre de sus masas de color, a las cuales confía el movimiento y el ritmo de la pintura, porque él es ante todo un colorista. Por eso no le interesa destacar la delimitación de las formas y sí con manchas ágiles y exactas ir consiguiendo una libre articulación de la materia colorística.
Sin permanecer jamás en una "manera", trabaja el color por contraste directo, a veces con medias tintas, a veces en tonos graves, en otros casos hace estallar la luz en su paleta. En muchos cuadros, la materia es corposa y sensual, y en otros, las pinceladas se abren haciendo jugar la tela o el cartón de base como si fueran colores.
Con esos recursos que en algunos casos dan a su pintura una fluencia casi musical, logra que espacio y atmósfera se interrelacionen, en composiciones que siempre parecen conservar su vibración y espontaneidad, ser un registro del fluir de la conciencia, de manera tal que lo pictórico, supera fuertemente cualquier referencia naturalista.
Nelly Perazzo